Diseña una vida menos reactiva11 min read

Todos los seres vivos tienen la capacidad de reaccionar a su ambiente. Esta capacidad les hace poder continuar vivos. La planta reacciona a la poda, el microorganismo al mal ambiente, el venado a la amenaza del león, el tigre al hambre. Cada ser tiene un sistema desarrollado para captar y reaccionar a los estímulos internos y externos, y gracias a este sistema sobreviven.

Como animales, también nuestra capacidad de reacción es indispensable para mantenernos vivos. Estamos alambrados para responder a los estímulos que nuestro sistema capta, somos naturalmente sensibles –sobre sensibles– a estas llamadas internas y externas. Lo que sucede, es que ahora vivimos en un ambiente donde esos estímulos sobrepasan cualquier nivel que la naturaleza anticipó a en el proceso evolutivo.

Una de las consecuencias de habitar en una atmósfera interconectada es que la cantidad de estímulos que llegan a nuestro sistema es abrumadora. Es fácil que nos agobie, aunque no le pongamos atención. Esto lo saben las empresas que se benefician de nuestra cognición, explotan esa tendencia natural que tenemos a ponerles atención. El universo de redes sociales y publicidad en línea, dos de las industrias más rentables en la actualidad, invierte mucho en ingeniería que busca captivar la atención de quien las usa el mayor tiempo posible. Están creadas para eso. Y son muy exitosas.

Los teléfonos están a la par de las camas. Lo último que hacen las personas antes de ir a dormir es asegurarse que no haya notificaciones pendientes. Lo primero que hacen al despertar es consumir las que se generaron en las –usualmente pocas– horas de descanso.

Nos gusta estar enterado de todas las cosas que pasan. Queremos ser los primeros en responder en los grupos de familias. Estar siempre atentos a responder pronto a los mensajes de trabajo (que ha multiplicado los canales de teléfono, correo, mensajería, a WhatsApp, slack, teams, jira, asana, basecamp…). Es imperativo que estemos enterados de las últimas noticias de lo que sucede del otro lado del mundo y en nuestro barrio. Queremos estar actualizados de las nuevas ofertas que las marcas que nos complacen tienen para ofrecer. Eso sin dejar de lado todos los temas de farándula que nos permite conocer si un par de malos cantantes se casaron o divorciaron, o si un rey de no sé dónde se fue a cazar zebras o elefantes.

Y tenemos los medios para enterarnos de todo esto. Es muy fácil instalar estas aplicaciones en nuestras muñecas, en nuestros bolsillos y en nuestros escritorios (recordemos, están diseñadas para eso). Y es tanta nuestra afición a saber de tantas cosas, que hemos modificados los formatos y los tiempos. Antes nos tocaba esperar al diario para conocer a más detalle la realidad local y mundial. En un artículo de 200 o 300 palabras nos enterábamos de lo que estaba pasando. Si teníamos más prisa, nos tocaba sentarnos a esperar el noticiero por radio o televisión, el de las siete o el de las diez. Luego tuvimos diarios en línea, subscripciones a newsletters o feeds. También florecieron muchos blogs interesantes, y ambientes de foros. La época de oro de Facebook aparece. Feeds de cualquier cosa que se nos pueda imaginar estaban disponibles. Luego, la información llegó a ser tanta, que un nuevo formato tomó el mundo: tweets de 142 caracteres. Ahh, eso está mejor. A poner la capacidad de síntesis a prueba. Leer poco e informarse de mucho. Luego videos, eso de leer es muy cansado, veamos videos. Y hoy, que ver videos largos puede ser desgastante, tenemos tok-tok con capsulitas de un minuto. Y queremos saber todo de todos.

Entonces, tenemos la tendencia, el deseo de ser estimulados. Tenemos los medios para hacerlo. Hay toda una ingeniería detrás para hacer que sea fácil. Está el contenido y la substancia que nos interesa disponible. ¡Qué maravilla poder cumplir nuestros deseos! Ahora bien, ¿a qué precio? Sí, porque hay un precio, y es caro.

Tienes idea de cuánto pasas en el teléfono al día? ¿Cuántas notificaciones crees que recibes? ¿Cuántas veces levantas el teléfono para “pasar el rato”? Veamos que dicen los números. Un estudio del 2014 dice que, en promedio, una persona recibe 63.5 notificaciones al día. Es mucho pero no parece tanto. ¿O sí?

Veamos un poco más a detalle. (La información la tomo de aquí, también escribí sobre esto antes). Juntando todas las edades, una persona en promedio utiliza sus pantallas de telefono 3 horas y 15 minutos al día, pero vería llegando hasta casi cinco). Ese consumo se distribuye en un promedio de 58 sesiones. Es decir, checamos el teléfono 58 veces al día. El 70% de las sesiones dura menos de dos minutos, 25% entre 2 y 5, y el 5% más de 10 minutos. Si bien esto ya puede ser un motivo de alarma, la parte más dramática la muestra esta figura:

No pasa mucho tiempo sin que veamos nuestro teléfono. Tenemos la necesidad y la tendencia de verlo. Pero, ¿por qué esto es tan preocupante? Pues simple. Aparte del tiemp neto perdido, esto también implica que nuestros plazos de concentración durante el día son mínimos. Esta tendencia, a largo plazo, daña nuestro cerebro, que funciona bajo la premisa de “si no lo usas, lo pierdes”.

Aunque nos guste creernos la idea del multitaksing, la realidad es que nuestras capacidades no llegan a tanto. De la informática tomamos prestado el concepto de context switching que es el costo que un procesador tiene al cambiar de una tarea a otra. Nuestro cerebro paga también un costo similar. Un estudio (que vale la pena leer) muestra que, en promedio, nos toma casi 24 minutos en volver al estado mental de concentración en el que estábamos una vez somos interrumpidos. Este estudio sugiere que, aunque los ambientes con alta interrupción suelen trabajar “más rápido”, pero debido a que las personas se enfocan en terminar, haciendo las tareas más cortas. Por otro lado, las personas en estos ambientes experimentan “mayores cargas de trabajo, msa estrés, elevada frustración, mayores presiones de tiempo, y ejecutan un mayor esfuerzo”. ¿Te suena familiar?

No seas reactivo.
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¿Cómo hacer una vida menos reactiva?

Comencemos con lo obvio. El opuesto de ser reactivo, es ser proactivo. Al estilo definido por Covey, la persona proactiva es la que toma la iniciativa y toma acción, en vez de esperar el estímulo para reaccionar. Por otro lado, es también la persona que aprende a controlar los impulsos naturales que reacccionan al estímulo. Ser proactivo representa una postura trascendental ante la vida, y por lo tanto es una perspectiva que se desarrolla con un hábitos, paciencia y tiempo. No se construye de la noche a la mañana.

Hoy quiero enfocarme más en lo tatico que en lo estratégico. Quiero compartir algunas ideas que pueden hacer que tu vida sea menos reactiva, y que tenga un poco más de estructura.

Evitar las distracciones fácilmente evitables

Esta es la más sencilla técnica que puede comenzarse a poner en práctica con una pequeña inversión de quince de minutos de tu tiempo, y se traduce en modificar los mecanísmos por defecto de nuestros móviles. Deshabilita las notificaciones. Tan simple como eso. Poco a poco agraga algunas notificaciones que son imprescindibles y olvídate del resto. Sé tu quien llama al teléfono y no el teléfono sea el que te llame. Define espacios cada hora, o cada dos horas para revisar las notificaciones que tengas, y contesta lo que debas contestar. Créeme, la mayoría de cosas importantes pueden esperar dos o tres horas.

Haz lo mismo con tu computador. Disminuye las notificaciones del sistema operativo y de las diferentes apps al mínimo. Por ejemplo, yo sólo tengo habilitadas las notificaciones de calendarios que me ayudan a que no se me pase el tiempo que asigno para ciertas actividades, o el que requiero para ciertos compromisos. Busca la fórmula que msa se acomode a tu estilo de vida.

Define tú los mecanismos y los canales de conversación

Quienes me conocen saben que la probabilidad de que les conteste una llamada directa al teléfono es muy baja, sino nula. A muchas personas les molesta, pero las que me conocen aprenden a convivir con ello. Y la razón por la que esto es así es simple: tengo en modo silencio, y generalmente con “la lunita” mi móvil. De nuevo, yo voy al móvil, y no él a mí.

Mi objetivo no es que las personan dejen de comunicarse conmigo, sino más bien es optimizar el tiempo de ambos. Muchos no le ponen cuidado a lo que asignan el tiempo, pero yo sí, de modo que prefiero poner yo las reglas del juego, que seguir las reglas impuestas por el azar. Algo bastante similar aplico con la mensajería instantánea. No contesto, ni reviso con frecuencia.

Claro, hay casos de casos…y por eso hay filtros de filtros. Hay personas, proyectos y tareas que si ameritan una interrupción, y con un uso inteligente de filtros de comunicación, y otras herramientas como Zappier, pueden dejar vía libre para notificaciones o muy importantes o muy urgentes. Pero estas son las excepciones. La mayoría de las interrupciones pueden condensarse en el tiempo. Recuerda, si no controlas tu ambiente, este te terminará controlando a ti.

Mide tu tiempo

La primera lección que Peter Drucker me dio fue que por lo general, asignamos el tiempo de una manera y creemos asignarlo de otra. No somos capaces de ver esto hasta que medimos a nivel granular el uso de nuestro tiempo. Herramientas como RescueTime o TImeular, pueden ayudar mucho a lijar ese espejo que nos muestra en realidad nuestro uso del tiempo.

Es muy fácil engañarnos, y hasta que vemos los números duros, no sabemos bien en qué se nos va el tiempo. Al saberlo ya podemos diseñar estrategias para disminuir las actividades menos importantes, y aumentar aquellas que aportan mas valor y se alinean más con nuestro plan.

Ten objetivos

Cuando trabajamos hacia algo es posible alinearnos para dejar espacios para las tareas que son necesarias para completar el objetivo. Para mí, todas las “técnicas” de manejo del tiempo fueron inútiles porque cada vez que lograba liberar tiempo que sacaba de tareas poco provechosas, esos agujeros pronto se llenaban por otras tareas. Si no hay un “para qué” liberamos el tiempo y buscamos concentración, es muy fácil manteneros ocupados sin rumbo fijo. El clásico ocupaditis que aqueja a muchas personas de oficina.

Si al inicio no tienes claridad de lo que quieres a largo plazo, haz objetivos a corto plazo. La idea es que seas tú quien asigne tu tiempo, y no que sea el exterior quien lo haga.

Di que no. Aprende a decir que no.

Tal vez la más difícil de todas. Aprende a consistentemente decir que no a las cosas que no son importantes. Di no a todas las actividades o impulsos que no ameritan tu tiempo. En Latinoamérica nuestra cultura nos hace muy complicado que digamos no con tranquilidad. Nos da pena, o nos sentimos mal. Pero por no sentirte mal al decirle que no a alguien que te requiere para algo poco importante, o por no tener el coraje de decirle que no a aquella actividad irrelevante, poco a poco irás perdiendo lo más valioso que tienes, tu tiempo, que es la materia prima de tu vida.

En resumen, estamos en un ambiente diseñado perfectamente para vivir reactivamente. Sí, hay cosas que se pueden lograr así. Pero hay muchas otras que no. Mientras no establezcas unas reglas para defender y acuartelar tu mayor tesoro, tu tiempo,