7 razones por las que la humildad es importante8 min read

Usualmente relacionada con conceptos religiosos, la humildad es una virtud, un hábito, que juega un papel clave en el crecimiento de una persona. Pero veamos primero al tipo de humildad a la que me refiero.

La RAE nos proporciona tres definiciones de humildad:

  1. f. Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.
  2. f. Bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie.
  3. f. Sumisión, rendimiento.

A la definición a la que me refiero es, por supuesto, a la primera. El conocer nuestras limitaciones, que son inmensas, y partir de estas en nuestro obrar. El saber que somos «buenos» o «malos» en esto o en aquello. El entender que siempre hay un poco más (¡¡o mucho!!) en el que podemos mejorar. Claro, no es fácil. Si lo fuera, no sería una virtud. Y por lo mismo, los humildes tienen algunos beneficios.

Ser humilde tampoco va por el lado de ser inseguro. Al contrario, las personas inseguras disfrazan su incapacidad con una gran capa de orgullo. El ser humilde le da a la persona la fortaleza de estar en una piedra firme al conocer sus capacidades, y cómo hacerlas aumentar.

1. Nos proporciona el mindset de crecimiento

Para ser experto hay que comenzar siendo no-experto, no hay de otra. Cristiano Ronaldo aprendió algún día a jugar fútbol, Bill Gates fue un inexperto programador, Steve Jobs aprendió a innovar siendo malo al inicio, y Bismark en algún momento fue un diplomático novato. Pero dejaron de serlo. Aprendieron sus artes y sus ciencias, entraron en procesos de práctica deliberada, y crecieron.

Carol Dwek escribió uno de los libros que más influyó en mi manera de ver el mundo, «mindset«, en el cual analiza dos ángulos o perspectivas que las personas utilizamos para entendernos el «fixed mindset» en el cual somos «buenos» o «malos» en esto y aquello, y vivimos tratando de defender y probar esa postura. Por otro lado, el «growth mindset» –mindset de crecimiento–, es aquel en el que sabemos que no somos «buenos» para muchas cosas, pero que sí, nos esforzamos y seguimos un proceso adecuado, podemos llegar a serlo. Sin la humildad de sabernos «malos» para algo, invertiremos mucho tiempo probando que somos buenos, sin realmente crecer.

2. Nos ayuda a enfrentar la vergüenza

Comenzar a adquirir una destreza nueva involucra, necesariamente, ser principiante, tosco, inútil e incapaz al inicio. En un mundo de excepcionales capacidades, donde se premia al capaz y al «genio», ser rookie tiene sus retos. Habrá críticos, habrá quien te diga que no lo sabes hacer bien –porque al iniciar no lo sabrás–, habrá burlas, y habrá vergüenza.

¿Cuántas cosas has dejado de hacer por vergüenza? Examina, son muchas. Sólo tú las sabes. Sí, no las has compartido también por vergüenza. Y la vergüenza no es nada más que otro disfraz del miedo. Del miedo a no estar adaptado. El miedo a no ser estándar. El miedo a «no ser bueno».

Al aprender a hablar un idioma nuevo, tu pronunciación será espantosa. Al comenzar a tocar piano, tus dedos parecerán de madera. Tus primeros programas tendrán código de miedo. Tu primera corrida tendrá tiempos dantescos. Pero si no estás dispuesto a atravesar esos primeros pasos, no llegarás a la gloria de hablar con fluencia, de tocar de maravilla o de hacer una maratón con buen tiempo.

Y si sabemos que seremos principiantes, incapaces al inicio, estamos más preparados. Si tenemos la humildad de entender que ahora no somos diestros y avanzados en eso que emprenderemos, será más fácil estar dispuesto a comenzar.

3. Nos amplía los horizontes para crecer

El que ya lo sabe todo, no tiene incentivos para aprender. El que es experto, ¿para qué quiere ser más experto? El que es el número uno, ¿para qué necesita mejorar? Sin embargo, el que es novato, el estudiante, el aprendiz, tiene toda la gana, todo el impulso para ir a aprender más, a mejorar en su técnica, a aprender nuevas habilidades.

Cuando creemos que sabemos mucho, lo que creemos saber «llena» el vaso de las oportunidades de saber. Si creemos que somos principiantes, el vaso siempre tendrá espacio para más. Los humildes saben que, por mucho que sepan o puedan hacer, siempre hay más. No un poco más, mucho más.

4. Nos libera de estar «probando» cosas para «probar» cosas

Cuando el ego nos tienta, y creemos ser los mejores, estaremos defendiendo esa postura a diestra y siniestra. Estaremos intentando «probar» que somos súper competentes en esto y en lo otro. Inventaremos fantasías, a nosotros y a los demás, para proteger y preservar esa imagen que tenemos de nosotros. Evitaremos las pruebas, y dejaremos pasar esas oportunidades que nos dan la posibilidad de crecer.

Y es en esas oportunidades, dónde podemos «probar» cosas nuevas. Estaremos abiertos a la experimentación, y al proceso de la maestría, que precisa por pasar ese camino. En ese camino habrá fallos, pero esos fallos no serán para demostrar que «no sabemos» o que «no podemos», sino que serán el mecanismo que nos señala que nos estamos moviendo. Que hoy no sabemos ni podemos, pero que en el futuro sí.

Humildad

5. Abre los ojos para apreciar la grandeza de otros

«Messi es un crack porque lo operaron de pequeño», «Jobs fue un genio porque estuvo en el lugar adecuado», «si yo entrenara como Cristiano, sería como él», «si cualquiera entrenara como ella, nadaría igual de bien». ¿Cuántas veces escuchamos frases así, o nos las creemos? Alguna vez escuché (¿o leí?) a alguien que decía «ahh, Ruben Darío escribía tan bien, porque siempre estaba ebrio», y alguien a la par le dice «amigo, toma una copa, y dime si escribes como Darío».

Y es que el ego, la falta de humildad, nos pueden ponernos a comparar con todo y con todos. No aceptamos la grandeza de otros, sus increíbles cualidades. Fácilmente olvidamos el extraordinario esfuerzo y dedicación que los grandes han invertido para ser grandes. Y dejamos de admirarlos. Perdemos esa sensación de paz que da decir «aquella es mejor que yo», «que increíble su manera de vender», «es genial como marca goles», etc. Y nos perdemos del placer de ver a alguien ejecutando su arte.

6. Nos permite apreciar mejor al «equipo humano»

Podemos ser geniales en alguna cosa. O tal vez en media. O tal vez en dos. Pero no más de ahí. Newton era astral en su pensamiento abstracto y matemático, pero bastante estándar en todo lo demás. Beethoven, genio de música, pero punteaba muy abajo en el resto de su vida. Incluso genios multifacéticos como Benjamín Franklin fuera de su ámbito de expertise eran bastante promedio. Y eso no es malo. Ni bueno. Es así. Es la naturaleza que nos impone ciertas reglas. El tiempo que tenemos es limitado, y podemos ser maestros en pocas cosas. Muchos, la mayoría, en nada. Ser promedio no es malo. En casi todo somos promedio. Lo que no es bueno es no intentar ser grande en algo. Vince Lombardi lo resumía bien, «ganar no es lo más importante, pero querer ganar sí». Y él hablaba de futbol americano, no de todo. ¿Cuál es tu futbol americano?

La maravilla de entender esto, es que apreciamos no sólo la grandeza, sino que la diversidad de los demás. Nos damos cuenta de que somos parte de un ecosistema, de un ente superior. Sí, podemos ser grandes agentes de cambio, pero aun esa grandeza es pequeña. Y está bien. Hay otros que eligen otras hazañas que te beneficiarán a ti.

7. Enseñando se aprende

Un catedrático universitario me dio una de las lecciones de humildad que más recuerdo. En una conversación me preguntó si yo sabía cómo funcionaba un televisor. En aquel tiempo de tubos catódicos. Yo, muy confiado, le respondí que sí. El me preguntó el nivel de detalle, y yo le dije que al nivel de detalle más alto posible. «Constrúyeme uno la otra semana, entonces». Sonrojé, y le dije que no podía. «¿Por qué?» me preguntó, y tuve que responderle, «porque no sé cómo», «vamos, yo sí sé construirlo, te enseño» me respondió. ¿Cuántas veces nos pasa algo similar en las discusiones que tenemos de futbol o política?

Aceptar que lo que sabemos es superficial es importante porque nos aterriza en nuestras capacidades. Pero sí hay algo que sabemos más que los demás, siempre lo podemos compartir. La humildad más profunda se traduce en aprender, en compartir lo poco que se sabe.

El colosal «yo sólo sé que no se nada» de Sócrates, es una paradoja de su grandeza. La humildad, no sólo la ontológica, es requisito necesario para ser grandes. Incluso los soberbios, en lo que son grandes, fueron humildes en su interior. Y como todas las cosas que valen la pena, la humildad no viene incluida en el paquete. Hay que buscarla, hay que lucharla, hay que cultivarla. Vale la pena.

Mira este vídeo, pale blue dot, de Carl Sagan. Nos pone en contexto de lo pequeño, y grandes que somos; de nuestra insignificancia en el universo, pero lo maravilloso de vivir consentido.