¿Conoces lo que dices conocer?3 min read

Pensar correctamente es un proceso, un camino que aprendemos desde el vientre de nuestras madres…si nos esforzamos. Las cosas más sencillas no necesitan explicación. El dolor y el placer vienen por sí solos. No hace falta nada para entenderlos. Pero construcciones más complejas se van formando en base a conceptos. Y un concepto sobre otro va creando creencias. 

Muchas veces esas creencias, esos conceptos, y esas ideas tienen base en el entendimiento que tenemos de nuestras experiencias. Con mucha frecuencia este entendimiento es errado. Por eso necesitamos aprender a desaprender. Por eso tenemos dificultades que nos persiguen, tales como la maldición del conocimiento.  

La cantidad de información a la que estamos expuestos en la era de internet es enorme, y la única estrategia coherente que podemos seguir es la de sintetizar conceptos, empacarlos en envoltorios pequeños, y masticarlos a la carrera. He ahí que tenemos un Twitter que nos revela el mundo en mordidas de 144 caracteres a la vez. O teasers en Facebook que en un título nos explican las nuevas verdades de la ciencia, las novedades en la economía y la política mundial. 

Consumir información por pedacitos, discriminar lo más posible lo que consumimos, y consumir bastante no está mal. Es casi lo único que podemos hacer. Lo que da miedo es que con esos bocados que damos formemos opiniones en temas relevantes, y que esas opiniones se vuelvan verdades absolutas, porque, seamos sinceros, a partir de twits, pequeños artículos y un par de explicaciones, no nos podemos volver expertos en algo. 

Un estudio de la universidad de Liverpool le pidió a varias personas que explicaran como funciona una bicicleta, y que la dibujaran. Un dispositivo bastante familiar. Más del 40% de los entrevistados no pudo dibujar una bicicleta coherente. Incluso, para ayudar a aquellos que no son buenos dibujantes, se le mostraron dibujos de bicicletas para que eligieran la correcta. El mismo resultado. 

Unos años antes, en la universidad de Yale hicieron un estudio similar, y les pidieron a muchas personas que explicaran cómo funciona un zipper una máquina de escribir o un inodoro. Antes, les preguntaban si entendían cómo funcionaban estos dispositivos, y la mayoría de las personas dijo que sí. Pero al pedir que fueran al detalle, la gran mayoría no lo pudo explicar. 

Este fenómeno, conocido como la ilusión de profundidad explicativa nos sucede a todos: sobreestimamos las cosas que creemos saber. Nos falta con regularidad humildad intelectual para aceptar lo poco que sabemos. 

Conocer este sesgo nos abre las puertas para intentar entender mejor aquello que creemos entender. No hace falta entender todo. No hay que dejar de ser selectivos, pero hay cosas que sí es importante entender. 

El estudio de Yale luego se enfocó en temas de política internacional y economía global, y surgió algo interesante: cuando a las personas se les preguntaba que explicaran por qué su manera de pensar trae beneficios, sucedió algo similar a las bicicletas. Un par de preguntas más adentro y se quedaron sin argumentos, mostrando un conocimiento superficial de aquello que fervientemente defendían. Luego de estas preguntas, su posición se suavizaba, estando más abiertos a nuevas ideas. 

¿Qué son esas cosas que defiendes con uñas y dientes? ¿Cuáles son esos valores por los que dices luchar a diario? ¿Cuáles son esas posturas de la que estás tan convencida? ¿Los entiendes a profundidad? Haz la prueba, y verás que es mucho lo que no conoces que crees conocer. Aprovecha para entender mejores temas importantes, para compartir ese conocimiento. Esto también nos ayuda a ser más humildes y reconocer lo poco que sabemos.